18 junio 2009

¿Qué actitud debe tener un empresario para tomar decisiones libremente?


Por Ernesto Beibe y Marianela Ruiz
Fuente: Infonegocios

Para comenzar a entender la libertad, debemos partir de que ésta sólo puede existir en las relaciones con los otros. Se trata de una interdependencia y una constante negociación dentro de un marco social. Este marco equivale al marco de un puzzle, en cuanto este nos permite armar el total del rompecabezas. Pues sin él, podemos pasarnos la vida entera tratando de armarlo sin llegar a lograrlo.

La libertad no es unilateral. Ni es un concepto de fácil y simple aplicación. Responde más bien a lo complejo que tiene toda relación. Para un hermitaño que vive en soledad, es más sencillo ser libre pues no tiene con quien negociar y llegar a acuerdos. Nosotros nos desenvolvemos como “seres sociales”, esto quiere decir que “mi libertad termina, donde la del otro empieza”.
Pensar en la libertad como una carencia absoluta de normas y reglas es un absurdo. ¿Quién nos hizo creer que ser libre es hacer todo lo que uno quiere? Cuidado con confundir ser caprichoso con ser libre. No son sinónimos. El capricho te cierra puertas, te esclaviza y paradójicamente, te quita libertad. Esta última tiene que ver con jugar respetando las reglas del juego donde interactuamos con otro(s) jugadores. Ello implica un esfuerzo de nuestra parte por entender dichas reglas y el estar claros que no son algo dado que ya lo tenemos incorporado por default.
La libertad tiene que ver con la capacidad de elegir que nos convierte en sujetos y no en objetos. Tiene que ver con el ejercer nuestro libre albedrío, ser íntegros y actuar con dignidad.
Sobre el libre albedrío. El primer paso para alcanzar la libertad es lograr lo que en Mentoring Empresario llamamos libre albedrío. Este es un concepto que tiene que ver con el poder elegir y tomar las propias decisiones. Esto tiene incidencia directa con poder hacerse responsable de los efectos que generan nuestras acciones.
Cuando decidimos, suponemos que lo hacemos de modo totalmente conciente pero en cada acto de nuestra vida, el inconciente juega un papel preponderante. De ahí que, en muchos momentos sintamos angustia y duda al tener que decidir pues en nuestro interior surge una lucha entre fuerzas que obedecen a distintos amos. Uno es el conciente y otro es el inconciente donde se encuentran los valores y creencias que nos fueron inculcados por nuestros ancestros.
Solo la buena articulación entre lo conciente, lo inconciente, el grado de tolerancia a la frustración y la capacidad de hacernos cargo de nuestros errores, cuando los cometemos, permite ejercer el libre albedrío sin culpas y sin hacer cargo a los demás de nuestros errores. Además cuando contamos con estos aspectos que el Mentor nos ayuda a desarrollar, podemos alcanzar nuestros objetivos de forma ecológica y armónica.
Ejercer el libre albedrío funcionalmente es reparar cuando algo sale mal, responsabilizarnos sin atribuirnos la famosa “culpa” religiosa judeo cristiana que equipara ignorancia y error con pecado. Además, pese a entenderlo racionalmente, los seres humanos fruto de las concepciones religiosas que se nos inculcaron, solemos convertirnos inconcientemente, en el peor juez de nosotros mismos. El que actúa no con equidad sino con la mayor perversidad. Así mientras, jurídicamente, “un delito, una vez sentenciado pasa a ser cosa juzgada que no permite nueva apertura de causa”; en la vida diaria, nosotros nos encargamos de pagar nuestros errores una y otra y otra vez. Este comportamiento no es fácil desactivarlo. Aquí la intervención del mentor es de inmenso aporte porque evita que la persona siga presa de este comportamiento automático y disfuncional.
Romper con este paradigma, creer en nosotros mismos y en nuestras convicciones hará que el libre albedrío nos lleve directamente al camino de la integridad.
Sobre la Integridad. Hablamos de una persona y la catalogamos como íntegra o no, acorde con determinados parámetros que hacen que desde nuestra óptica esta persona se gane nuestra confianza, nuestro crédito y lo veamos como alguien sin fisuras.
Si percibimos que la persona tiene fisuras en lo que dice, en lo que hace o en lo que se compromete podríamos entender que está fragmentada.
Desde ese lugar de observación, al encontrarnos con una persona fragmentada que hoy dice una cosa y mañana otra, cualquier cosa que decidiese no va a tener para nosotros valor y certeza de que cumplirá con su palabra. Por lo que cualquier decisión que tomara (libre albedrío) para nosotros va a implicar un alto riesgo pues no es una persona íntegra.
De la misma manera, cuando nosotros estamos fragmentados, cosa que ocurre casi infaliblemente por el tipo de educación a la que estamos acostumbrados, nos es realmente complejo poder tomar decisiones con libre albedrío y caminar hacia la libertad. De ahí que dudamos una y otra vez, hacemos o decimos algo y nos contradecimos, prometemos y queremos cumplir con lo prometido pero no podemos y eso nos genera malestar con nosotros mismos. Incumplimos, nos sentimos mal por ello y vamos creando un círculo vicioso que no termina más.
Así como nosotros podríamos detectar en el otro fisuras, nuestras fisuras se ven a lo lejos, no solamente por los demás sino por nosotros mismos que íntimamente estamos seguros de que cualquier cosa que afirmamos podría ser relativa dado un grado de fragmentación que lo más probable es que no nos damos cuenta de donde proviene y cómo podemos entender pues forma parte de nuestra misma cultura que nos ha acostumbrado a ello.
Desde el Mentoring, desde la mirada global de un mentor, podemos ser ayudados en integrar trozos de nuestro pasado, de nuestros duelos y dolores, de nuestros aciertos, de nuestras frustraciones para que podamos ejercer nuestro libre albedrío y caminar hacia la libertad. Así podremos ejercer con todo derecho y amplitud este profundo concepto del libre albedrío y lograr que los que nos rodean nos consideren una persona íntegra que ejerce con todo derecho y amplitud el tan deseado libre albedrío. Nuestra palabra tendrá valor y será nuestra mejor carta de presentación. Con ello, nuestras relaciones humanas adquieren otra dimensión teniendo efectos positivos en el campo familiar, laboral y de nosotros con nosotros mismos.
Sólo pudiendo ejercer el libre albedrío, llegar a ser íntegros y viceversa podemos decir que somos dignos porque ejercemos en nuestros actos la dignidad.
Sobre la Dignidad. Muchas veces nos indignamos por situaciones de las cuales somos víctimas. Es verdad que hay muchos actos de indignidad que se cometen contra nosotros en momentos de indefensión, especialmente en la niñez y aún cuando siendo adultos, estamos pasando por momentos duros donde nunca falta quien quiere hacer leña del árbol caído.
Pero ¡cuidado! Cuántas veces somos nosotros los que promovemos situaciones de indignidad contra nosotros mismos y somos cómplices aún sin entender por qué, de situaciones que terminan menoscabando nuestra dignidad.
En cada cultura la dignidad se mide de una forma distinta y se llega a ella también por distintos caminos. Sin embargo, hay situaciones básicas de toda la humanidad que hacen a una persona sentirse digna cuando puede velar por sus intereses, cuando puede percibir y detener las agresiones de otro, cuando no se pone en situaciones indignas respecto del otro.
Hablamos de indignidad, cada vez que nos colocamos a nosotros mismos como esclavos. Hablamos de indignidad con cada relación de dependencia que mantenemos viva. Hablamos de indignidad, en cada situación donde no defendemos nuestra propia valía y derecho a la dignidad.
El mentor tiene como función ayudar a que no tengamos que buscar el paraguas de quien nos ofrecerá esclavitud para protegernos, ser dependientes para querernos y que nos impide reconocer nuestros propios valores alejándonos así del profundo valor que llamamos “libertad”.

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